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Internet 2011: La gran industria de consumo de datos ¿Qué pasó en el Perú y en el mundo? ¿Qué se viene?

Publicado: 2011-12-31

Por Eduardo Villanueva Mansilla

Este 2011 que termina nos trajo un cambio: todos los equipos informáticos bajaron de precio, salvo los discos duros externos. Una serie de inundaciones en Tailandia, donde se fabrica una buena cantidad de los discos duros del mundo, causó esta subida. Aunque estas inundaciones fueron catastróficas para el país asiático, no se hizo tanto comentario como con otros desastres naturales porque ocurrieron casi en cámara lenta. Los precios también cambiaron así, poco a poco.

Quizá no sea precisamente un producto de primera necesidad, pero los que viven a plenitud la vida digital saben que un buen disco duro externo es indispensable. La cantidad de contenido disponible en la actualidad, el aumento de calidad de los archivos, se unen para hacer necesario poner el video, las fotos y la música fuera de la computadora, en un buen soporte externo.

¿Por qué comenzar un comentario sobre el 2011 así? Porque en realidad la tendencia más fuerte a discutir este año que termina tiene que ver, no tanto con los gadgets, como con el manejo de grandes cantidades de datos originados en las industrias de consumo. Los tres grandes momentos del año tienen que ver con eso.

Momento 1: la consolidación de la nube

La nube es la metáfora del almacenamiento remoto. Donde antes había un DVD con música, o una Palm con tus contactos, ahora hay un servicio que permite poner todo al alcance de múltiples dispositivos, en cualquier lugar que tenga acceso a la Internet. No es algo realmente nuevo pero ahora sí puede decirse que está consolidada, aunque de una forma fragmentada.

Google fue el primero que creó un servicio completamente capaz de hacernos ignorar el almacenamiento local cuando creó Gmail, un correo que con mucha capacidad, mucha flexibilidad y mucha facilidad de uso, poco a poco está tomando el lugar de los servicios locales, y también de los programas para ver el correo en la computadora, con almacenamiento en un disco duro propio. Aunque pueden haber problemas, la idea de contar con un servicio en el que podemos no solo confiar, sino que nos hace ignorar la necesidad de respaldos, deja de lado la tentación de poner los mensajes en cada dispositivo. Ahora es posible, es más, es casi el escenario ideal, poder usar el correo exactamente igual en todas partes sin temor a perder meses o años de mensajes porque el disco duro decidió que ya no quería seguir funcionando.

Poco a poco, han aparecido competidores no solo para Google sino para la idea misma de tener nuestra vida digital en un solo sitio. Amazon ofrece la posibilidad de cargar copias de todas las compras de libros en cada dispositivo que usa el software Kindle, incluso cuando se borra el contenido local; Apple permite sincronizar la agenda, los contactos, pero también la música con su iTunes Match; Dropbox hace fácil intercambiar información sin tener que pensar en mantener copias sincronizadas por uno mismo. Facebook ha creado un repositorio de nuestras fotos que es casi tan simple como tenerlas en un álbum físico, con las ventajas de acceso universal.

La nube cambia nuestro contenido: culmina el proceso de desmaterialización de los artefactos culturales digitales, nos crea sensación de ubicuidad, y nos hace dependientes de proveedores específicos. ¿Para qué dejar Facebook si nuestras fotos, con sus respectivos comentarios, están ahí? ¿Cómo pensar en un aparato que no sea de Apple si eso no permitiría la sincronización perfecta de iCloud?

La premisa de la nube parece ser que todo está en manos nuestras, pero en realidad es más bien un pacto con el diablo. Requieren que nos comprometamos con lo que se llama el "apparatgeist", la tendencia a contar con muchos aparatitos tecnológicos que funcionan en relación simbiótica con nuestros actos, desde el televisor hasta el teléfono móvil: hay pues que pagar por servicios de conexión permanente, y hay que depender de la oferta que la combinación de proveedores de equipos, de servicios de telecomunicaciones, y de contenidos, nos quieran brindar. Nuestros datos, y sobre todo la información de nuestros hábitos de consumo, están en las manos de las empresas a las que confiamos nuestro gusto por determinado cantante o nuestra costumbre de llamar cada noche a alguien.

En otras palabras: más facilidad, pero más control desde afuera; menos complicación de acceso pero menos autonomía para decidir. Sobre todo, aceptar la nube pasa por ser conscientes que el monitoreo constante nos puede afectar, sobre todo si ese monitoreo causa que las reglas globales de control de acceso y uso de los contenidos nos dejan dos opciones: aceptar que lo hay es lo que hay, o volvernos piratas.

Momento 2: la pelea institucional

Incluso al consumir piratería, nos colgamos de redes globales de distribución: como cualquier comprador desavisado de un DVD callejero puede haber experimentado, esos acentos que se escuchan como música de fondo en las grabaciones directas de la pantalla cinematográfica vienen de muchos países distintos al nuestro. Usando la Internet, es fácil que alguien copie ese archivo y lo distribuya en calles y plazas.

Este tejido de conexiones depende, como todo en la vida, de leyes y regulaciones. Sea porque las transgredimos al comprar piratería o bajarnos una película mediante torrents, o porque las aceptamos y compramos contenidos en tiendas, pagando impuestos y regalías, las reglas nos crean condiciones de acción y nosotros tomamos la decisión de aceptarlas o rechazarlas. Casi siempre.

El casi siempre es cuando un producto, así lo queramos comprar, no está disponible en un mercado. Digamos que la segunda temporada de The Wire es más fácil de conseguir en un mercadillo de contenidos piratas que en una tienda formal: ¿cuál es el curso a seguir? De acuerdo a la ley peruana y a los derechohabientes, los dueños de los derechos de autor asociados a The Wire y todo otro tipo de contenido protegido, hay que esperar a que llegue al mercado formal. No importa que esa espera no sea más que una manifestación puntual de un fracaso de mercado.

Como la tecnología nos ha facilitado mecanismos para conseguir los contenidos que queremos, sin importar las decisiones comerciales, desde hace más de 10 años, la respuesta de los derechohabientes ha sido buscar aumentar la regulación y por ende la sanción de las transgresiones. Esto hace que mientras aumenta el uso de la Internet, para muchos fines, y se alaba la capacidad que la Red ofrece para la comunicación de ciudadanos oprimidos por sus regímenes, por ejemplo durante la primavera árabe, con la otra mano se proponga, sin asco alguno, copiar los mecanismos de censura en uso en China para proteger los contenidos de circulación no autorizada por los derechohabientes.

La presión por lograr un entorno regulatorio más restrictivo aún, que comenzó en la década de 1990 con la Digital Millenium Copyright Act, ha continuado hasta el extremo de la doble propuesta legislativa en el congreso de los EEUU: PIPA (Protect IP Act) y SOPA (Stop Online Piracy Act) son amenazas concretas que implicarían efectos globales. Igualmente, las propuestas alrededor del TransPacific Partnership Agreement, que el Perú está negociando, o el ACTA, el Tratado Anti Falsificación, en discusión entre los países de la OCDE, también son peligrosas.

Más allá de detalles, todas estas iniciativas buscan poner como principio rector del desarrollo de los servicios digitales la noción que la propiedad intelectual es más importante que las posibilidades de consumo cultural, de expresión cultural, de transformación del comercio o de la educación y la ciencia. La protección de un conjunto de industrias resulta recibiendo más apoyo que cualquier potencial beneficio que los ciudadanos del mundo entero pueden recibir.

En este momento, la crítica sistemática desde muchos bandos contra el dueto SOPA y PIPA ha logrado que el momento alcanzado disminuya, y que se cuestione los alcances de estas propuestas a partir de la necesidad de mantener la integridad de la Internet, que estaría en peligro si se aprueba una ley como SOPA que permitiría alterar el DNS, el sistema base de identificación de sitios de la Internet, para excluir los lugares en donde se almacena piratería. La solidez y unicidad de la Internet podría perderse solo para evitar que los estudios de Hollywood pierdan ingresos potenciales.

Parece increíble que al mismo tiempo que estas propuestas, así como otras en Europa, aparecen y toman fuerza, la idea misma de acceso a la Internet comienza a convertirse en un principio fundamental. Desde la decisión del tribunal constitucional francés, en 2009, de interpretar que la Internet es un componente fundamental para el ejercicio de la libertad de expresión, hasta el muy comentado y relativamente mal interpretado reporte de Frank La Rue sobre Internet y Libertad de Expresión para el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, el movimiento hacia la consagración del acceso a la Internet como un derecho humano es claro e insostenible.

El contraste entre estos dos extremos resulta fascinante, y al mismo tiempo es señal de una contradicción enorme. Por un lado vemos a la Internet como un espacio para la realización de la cultura y la sociedad; por el otro, como una plataforma criminal. Como siempre, la realidad es más sutil. Ambos usos son posibles, como que es cierto que el aumento de uso de la Internet tiene que ver con decisiones orientadas al consumo y la comunicación antes que a grandes proyectos personales. Pero el potencial existe, y no se trata de aplastarlo para proteger a una industria en particular.

Momento 3: la expansión de la oferta formal en el Perú

La columna de Mario Vargas Llosa sobre la Internet produjo un cierto remezón. En ella, el Nobel sostuvo una tesis que no es nueva, y que de alguna manera se repite cada vez que la cultura tradicional es sacudida por una innovación profunda. No es que carezca de sentido o que todo lo que menciona sea absurdo: es que no siempre se trata de conservar, si no que a veces los cambios son inevitables y se trata de mirarlos con atención.

Ciertamente, también es crítico discernir lo que no resulta tan relevante después de todo. A pesar del entusiasmo de sus promotores y del rebote mediático, los PPKausas no ganaron la elección, ni siquiera en Facebook. Un fenómeno sobredimensionado por los habitantes de los medios sociales, que miraron sin mucha capacidad analítica situaciones tan distintas como la campaña de Obama el 2008 y la naciente primavera árabe, y terminaron convirtiendo al medio no solo en el mensaje, sino en el espacio mismo de la política.

Facebook es tan consumo como bajarse canciones de un foro; es otro tipo de consumo, más orientado a satisfacciones personales y creado a partir de nuestra personalidad y nuestras obsesiones. Por eso el consumo sigue siendo el rey, y este año en el Perú, de pronto tenemos más opciones para consumir.

Primero fue Netflix, un servicio que ofrece por una módica suma acceso a una por ahora pobre biblioteca de películas y series de televisión, para streaming, es decir para ser vistas por demanda pero como si fuera una transmisión televisiva. La oferta poco amplia hace que no sea un servicio indispensable, pero el precio lo pone en el nivel de accesibilidad que una mejoría en la oferta consagraría de inmediato. Casi como para preguntarse, ¿para qué pagar por televisión por cable si lo mismo, en mis términos, está en Netflix?

Pero la sorpresa mayor fue la llegada de la tienda de iTunes. Ya se podía comprar apps para el iPhone, pero ahora música y películas a precios más que competitivos. No es una oferta que hará que el convencido que consumir una película de cinco soles es el nirvana, deje de hacerlo. Pero abre una puerta, para muchos.

No solo el comprador, también el productor, pueden ser beneficiarios. Nuestros cineastas, golpeados por el maltrato de las salas y el relativo desinterés del público, pueden encontrar en Netflix un espacio para distribuir sus películas. Lo mismo con las bandas locales, puesto que los costos, para Apple, de poner un single de una banda local son ínfimos y los retornos necesarios para justificarlo, minúsculos. En otras palabras, podemos comenzar a jugar el juego global, sin tener que buscar alternativas locales casi por definición condenadas a fracasar, o simplemente someternos a la dictadura de la mala calidad e irresponsabilidad con los creadores intelectuales que es la piratería.

El círculo se comienza realmente a cerrar: es posible imaginar que la cadena que comienza con entrar a la Internet y que termina con una banda peruana convertida en éxito global a partir de un single en iTunes, puede ocurrir en el futuro mediato. Solo falta esperar el 2012 para ver qué más sucede.

Eduardo Villanueva Mansilla

Profesor del departamento de Comunicaciones de la PUCP, y estudia desde hace quince años la relación entre tecnología de la información, comunicación social y sociedad.


Escrito por

Eduardo Villanueva Mansilla

Profesor asociado del Departamento de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Magíster en Comunicaciones y Licenciado en Bibliotecología, es autor de Internet: breve guía de navegación en el ciberespacio (1996), Senderos que se bifurcan:


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Eduardo Villanueva Mansilla

Un colaborador de lujo de Sophimania.pe