SOPA y PIPA están en stand by pero esto no ha acabado, recién empieza
La tercera semana de 2012 será recordada por la agitación digital: la industria de Internet en los EEUU decidió probar cuánta capacidad de influencia política tenía, parando a la industria de contenidos (IC); por otro lado, la ley actúo, cual película B, con villanos de caricatura, y con activistas respondones que buscaban mostrar cuánto puede hacer un grupo decidido para molestar a aquellos con los que no se lleva bien.
La cronología de los hechos está más o menos clara; el tejido de problemas y de posibles explicaciones, merece un poco más de atención.
El conflicto entre la IC y la Internet tiene unos buenos quince años, y nace de la transformación de la producción cultural: muchas copias con costos de producción por unidad bajos, pero con costos de producción, distribución y comercialización agregados más bien altos, crean empresas cuya ventaja competitiva no es el control del talento, tanto como de los canales de distribución. El cantante requiere de un sello discográfico; el autor de una editorial. El negocio está en controlar los canales, y el mecanismo para manejar este control es el pago de regalías a los creadores, a cambio de la cesión de sus derechos.
Este modelo funcionó mientras el costo de producir los productos era alto y los canales escasos; gracias a la Internet, a la cada vez mayor capacidad de las computadoras para procesar y almacenar contenidos, es fácil conseguir contenidos. La centralización para abaratar costos, la gracia de la IC, simplemente deja de tener sentido.
Se abre así un oportunidad de destrucción creativa: podemos tener un nuevo mercado de contenidos. Pero gracias a la particularidad que es el derecho de autor, la IC contaba con herramientas para evitar que se desarrollara una industria alternativa; el resultado fue el surgimiento de una innumerable serie de innovaciones que hacían lo que no se debía, pero lo que el mercado buscaba: servicios que aprovechaban la facilidad de la Internet para distribuir contenidos sin límites.
SOPA y PIPA son apenas la última andanada legislativa para restaurar el ancien regime de la propiedad intelectual. Desde la DMCA hasta el ACTA, todos los sueños de la IC se han logrado en-edicion. Hasta cierto punto la razón está de su lado: es imposible sostener la creatividad sin un sistema claro y fluido de retribución a los creadores, y eso requiere algún tipo de control sobre el copiado de contenidos. El problema nace de confundir el interés de todos los actores del proceso creativo, desde los consumidores hasta los creadores, con el interés de un solo actor: el intermediario. La salud de la creatividad humana no pasa por mantener los jets ejecutivos de los gerentes de Universal Music Group; mantener la Internet funcionando, facilitando la innovación, es social y económicamente más importante que garantizar que se siga pagando regalías por Happy Birthday.
Lo anterior justifica la alegría por el fracaso de SOPA; pero no hace a Herr Kim Dotcom un mártir de la libertad de expresión. Por la necedad de la IC, se han abierto muchas puertas para la transgresión más descarada de los derechos de autor; esto hace felices a los que pueden bajarse todo lo que quieren, pero que es tan inadecuado para sostener la creatividad como lo anterior. La flota de autos de lujo de Dotcom es tan explotación de los creadores como los excesos corporativos: la única virtud, si cabe usar esa palabra, es que los consumidores salen ganando con el primero, pero es un consuelo bastante tenue.
Que la respuesta de Anonymous haya sido el equivalente a una toma de local, pero menos dañina pues no pueden destruir nada en su ocupación virtual, es más importante por los festejos posteriores, antes que por cualquier resultado objetivo. Los entusiastas que montaron un Low Orbit Ion Cannon desde sus computadoras, ¿estaban defendiendo su derecho a que el capitalismo haga su chamba, con el mercado escogiendo a los ganadores? ¿O fue apenas el reclamo para seguir gorreándolo todo?
Que el futuro de la cultura, el entretenimiento y la innovación, requiere una interpretación socialmente sensata de la propiedad intelectual, no cabe duda. Que esto requiere algo más que protestas y aprovechamientos, también. El debate pendiente es bastante más complejo de lo visto estos días.
Eduardo Villanueva Mansilla
Profesor del departamento de Comunicaciones de la PUCP, y estudia desde hace quince años la relación entre tecnología de la información, comunicación social y sociedad.